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La reinvención de los bancos centrales transforma el perfil de riesgo de los bonos soberanos

La quiebra de Lehman Brothers abocó al sistema financiero a tener que reinventarse. La bancarrota de la entidad norteamericana cuestionó la diligencia con la que se había operado en un amplio abanico de prácticas durante las décadas anteriores. Pero quizá lo más relevante desde el punto de vista de lo que abordamos hoy en estas líneas es que demostró que los bancos centrales tendrían que salirse de los moldes tradicionales ante escenarios inéditos.

Este último hecho causó una gran conmoción y obligó a estos organismos a replantearse sus políticas de supervisión y control del sistema financiero.

Los bancos centrales llevaban entonces centrados prácticamente dos décadas en el control de la inflación como eje central de su toma de decisiones, pero el nuevo escenario que se planteaba con la desaparición del gigante financiero les obligó a ir más allá y a plantear nuevas medidas heterodoxas sin precedentes en la historia reciente.

Esta heterodoxia no alejó a los bancos centrales de su objetivo de perseguir la inflación, pero sí que los adentró en un terreno desconocido que arrastró los tipos de interés a mínimos históricos.

En el caso del Banco Central Europeo (BCE), el objetivo que se fijó fue que el aumento de los precios se quedara cerca, pero por debajo, del 2%. Era un objetivo que no se lograba alcanzar, ya que cada vez que parecía aproximarse, aparecía algún acontecimiento que lo alejaba, por lo que el organismo comunitario seguía manteniendo su política ante la esperada caza de este indicador.

Sin embargo, la persecución ha dado resultado, aunque sea en gran medida por los acontecimientos pandémicos que han alterado la agenda económica del último año y medio. Los precios, impulsados por diferentes factores, han logrado superar la barrera que fijaron los bancos centrales en tiempos que ya parecen lejanos, por lo que vuelven a poner sobre la mesa una necesaria revisión de las políticas desplegadas para controlar su crecimiento.

Este cambio debería resultar en unos tipos de interés menores, ya que los rendimientos nominales y reales de los bonos deberían mantenerse por debajo de los niveles alcanzados en el pasado reciente, tal y como apuntamos en el capítulo new nominal de nuestras últimas previsiones económicas.

En este documento también se apunta a que las TIRes a más largo plazo también deberían ser marginalmente más elevadas una vez que la eurozona enderece su marcha hacia un objetivo de inflación más alto. Pero mientras tanto, se espera que incluso los tipos reales más elevados no logren salir del terreno negativo, lo que se convertiría en un gran impulso para los activos de riesgo.

Esta conclusión refuerza nuestra visión a largo plazo de que los bonos estarían perdiendo su eficacia y que llegarían incluso a limitar la rentabilidad de las carteras multiactivo.

En BlackRock ya vislumbramos este escenario para Estados Unidos hace algo menos de doce meses, cuando publicamos un análisis sobre la inflación en el que se ponía el acento en que las carteras deberían construirse posicionándose hacia un objetivo de inflación más elevado a medio plazo, ya que esto mitigaría el impacto de un aumento de los precios superior al esperado por el mercado, que es básicamente lo que terminó ocurriendo.

Esta construcción se basaba principalmente en aumentar las asignaciones a renta variable a bonos ligados a la inflación, ya que son los valores mejor posicionados para absorber el aumento de los precios sin que sus valoraciones se vean notablemente impactadas. Esta mayor asignación se realizaría en detrimento de deuda soberana.

Esta lectura aplicaría para Europa, en donde ya hemos señalado que la inflación ha batido el objetivo anterior para conducir al BCE hacia un nuevo objetivo basado en la oscilación simétrica en torno al 2%, en contraste con la marca anterior de acercarse a ese mismo nivel, pero sin superarlo.

De hecho, la nueva política del BCE parece respaldar nuestra visión, lo que nos ha impulsado a sobreponderar tácticamente la renta variable europea mientras favorecemos de manera estratégica la apuesta por esta clase de activos en el conjunto de mercados desarrollados. Ambos objetivos, el táctico y el estratégico, favorecen una sobreponderación de los bonos ligados a la inflación.

Estos movimientos del BCE parecen seguir los de su homólogo estadounidense, la Reserva Federal, en su intención de flexibilizar los marcos de actuación política que precedieron a la revolución fiscal desplegada para hacer frente al impacto económico de la pandemia.

Este cambio, de hecho, representa la mayor transformación desde que los bancos centrales pusieran la inflación en la diana, tal y como hemos señalado anteriormente. Esta transformación engloba cambios de gran calado, como las medidas para perseguir un nivel de inflación determinado en un escenario de gran endeudamiento.

La principal consecuencia de esto es que los tipos de interés en mínimos seguirán dominando el relato incluso en un escenario de crecimiento de los precios por encima de lo esperado, lo que aboca a un complejo equilibrio entre los rendimientos a largo plazo, los altos niveles de endeudamiento y el aumento de los déficits públicos.

¿Cómo se gestionará este equilibrio?

Por el momento habrá que seguir de cerca la evolución económica pospandémica, ya que la expansión del coronavirus regó los mercados globales de una incertidumbre que todavía no ha sido del todo absorbida, por lo que seguimos considerando que la deuda gubernamental, comprometida por este equilibrio tan delicado, seguirá por el momento sin tener ese papel protector de ancla en las carteras multiactivo tanto desde la perspectiva táctica como la estratégica.

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