A estas alturas, hay que empezar a asumir que la inflación será un elemento estructural que nos acompañará durante todo el año 2022, pendientes del desarrollo de los acontecimientos en Ucrania y de las derivadas que pueda generar este conflicto, que además del auténtico drama humanitario, tiene implicaciones geopolíticas que afectan directamente a la provisión de suministros y a los precios del gas o el petróleo, entre otros.
En ese escenario de escalada de precios, de momento, imparable, el precio medio diario de la electricidad en el mercado mayorista no deja de crecer, llegando a superar los 700 euros por megavatio hora en algunas franjas horarias, y lo mismo ocurre con el precio de la gasolina, en niveles nunca antes vividos en España, empujado por la escalada en el precio del barril de Brent, el de referencia para el continente europeo, que está en los niveles más altos desde 2013.
Además de la pérdida directa de poder adquisitivo a la que se ven abocados los ciudadanos, esta situación también afecta directamente al ámbito del ahorro y las inversiones.
Sin ir más lejos, un precio disparado de la luz y el IPC elevado puede empujar a una devaluación de la divisa en los mercados, lo que termina de menguar la capacidad de ahorro de las familias.
Cabe pensar que el objetivo principal en situaciones así es el preservar el capital y protegerse a la espera de tiempos mejores, en definitiva, priorizar la seguridad del ahorro sobre el gasto e inversión. Pero, a la vez, la inflación y los tipos bajos conforman un mix en el que se antoja necesario adoptar un perfil de inversión más arriesgado, porque una apuesta mayoritaria en la cartera de inversión por productos de renta fija desembocará en unos niveles de rentabilidad escasos, que nunca compensarán la subida de precios.
De ahí que la solución a situaciones tan complejas resida en el asesoramiento financiero cualificado que permita adaptar las carteras de inversión a cada circunstancia.
Para lograr éxito en el desempeño, es fundamental apoyarse en un profesional que evite, entre otras cosas, tomar decisiones precipitadas en momentos de incertidumbre y pánico, y marcarse objetivos en el largo plazo, que permitan ir adaptando esa estrategia. De este modo, un particular podrá apoyarse en su asesor para revisar y rebalancear cada cierto tiempo sus activos, adaptados a cada circunstancia y ciclo económico.
Prever cómo se van a comportar unos mercados que están condicionados por tantos elementos externos, cuando ni tan siquiera sabemos qué puede ocurrir mañana, no es factible. No es la labor de un asesor financiero, pero sí la de proteger a sus clientes y proponer las mejores decisiones de inversión en función de unos parámetros claros: capacidad de ahorro y necesidades de gasto, perfil de riesgo, horizonte temporal, objetivos personales…Esa es la única receta del éxito para optimizar nuestras inversiones en cualquier situación.