El test de la Golosina, libro publicado por Walter Mischel a partir de sus experimentos realizados en 1961, nos demuestra que el autocontrol es uno de los elementos que más nos definen. Aún sin darnos cuenta, nuestro grado de preferencia temporal es determinante. Es decir, ser capaces de reconocer a qué consumo presente (o cuántos) somos capaces de renunciar por incrementar nuestra capacidad de consumo (y libertad financiera) futura. Se trata de un elemento fundamental para el crecimiento sostenido (y sano) de la economía, pero sus implicaciones van mucho más allá.
La experiencia demuestra cómo la capacidad de aplazar la satisfacción inmediata (una capacidad cognitiva que puede adquirirse a base de práctica y hábito) resulta ser un elemento tremendamente importante en la formación, la salud y la vida de las personas desde muy temprana edad.
Estamos hablando de un elemento, por tanto, fundamental en la educación y formación de los niños, y algo sobre lo que deberían reflexionar con atención los adultos.
En qué consiste el Test de la Golosina de Walter Mischel
Walter Mischel sometió a diversos alumnos de preescolar, 4 y 5 años a la siguiente prueba: se ofrecía una golosina (u otro tipo de recompensa) a los niños. Los que fueran capaces de esperar hasta 20 minutos sin comerla obtendrían una dos golosinas.
Es decir, el Test de la Golosina valoraba la capacidad de resistir la tentación que se les ponía delante bajo la promesa de una recompensa mayor.
Mischel, en un estudio publicado en 1961 en el Journal of Abnormal and Social Psychology, demostraba como el tiempo de espera antes de que los niños se abalanzaran sobre la recompensa (o directamente superaran el test) estaba estrechamente correlacionado con su desarrollo académico.
Cuando llegaron a la edad de 27-30 años se demostró que los niños que habían superado el test tenían un índice de masa corporal más bajo, alcanzaban sus metas con mayor eficacia y soportaban mejor las frustraciones consustanciales a la vida.
El hecho de tener una “demora larga” y que podemos asociar a preferencia temporal baja (mayor valor de los bienes futuros en relación a los presentes) es un indicador de una buena inteligencia emocional. Así lo indica Walter Mischel en su libro “El Test de la Golosina”, sirviendo de precedente a psicólogos como Daniel Goleman y estableciendo unas cualidades que cobrarán una importancia central en la gestión de equipos y el liderazgo.
Trascendencia del Test de la Golosina en el estudio de la Inteligencia Emocional
Todas estas ideas, fruto de una larga trayectoria en la investigación de cómo funciona nuestro cerebro y nuestras emociones, son las que articulan El test de la golosina: cómo entender y manejar el autocontrol. En él, Walter Mischel (fallecido el año pasado en Nueva York) recopiló con carácter divulgativo su fecunda trayectoria académica e intelectual. La cual tiene múltiples ramificaciones y hondas implicaciones para el mundo del ahorro y la inversión.
El gran mensaje de fondo del libro, que contiene numerosas observaciones útiles de carácter práctico para inversores y gestores, es subrayar la importancia de trabajar y desarrollar la fuerza de voluntad como ingrediente fundamental para tener éxito en cualquier empresa y ámbito de la vida.
La fuerza de voluntad es la “fuerza más potente del mundo” según Einstein, aquella que nos permite superar nuestra servidumbre emocional y lograr objetivos largo plazo.
La falta de este impulso vital , que los antiguos filósofos griegos llamaban akrasia, puede marcar profundamente el desarrollo vital de una persona. Propiciando, por ejemplo, dejarse llevar por la trampa de dejar la formación escolar de forma temprana, orientando la carrera profesional por caminos sin salida o de poco recorrido, o mantener de forma estructural una situación financiera precaria. Para Mischel, la fuerza de voluntad es la “aptitud maestra” para lograr una vida plena.
El test de la golosina y los sesgos cognitivos en inversión
Mischel descubre muchos sesgos cognitivos que pueden ir en contra nuestra: nuestro cerebro muchas veces puede comportarse como un caballo desbocado que responde a impulsos y que requiere de un jinete disciplinado para domarlo y sacarle el máximo partido. Nuestro cerebro es un sistema dual.
Igual que los psicólogos Daniel Kahneman y Amos Tversky (padres del “behavioral economics”) Mischel divide el cerebro en dos sistemas: uno “caliente”, emocional, irreflexivo, rápido e inconsciente; otro “frío”, cognitivo, reflexivo, lento y esforzado.
¿Qué lección nos enseña el test de la golosina a los inversores?
Las dificultades que los sesgos cognitivos pueden implicar para el ahorro y la inversión se ven agudizados por el actual entorno de tipos de interés, tremendamente hostil para con la acumulación de capital.
Desde tiempos de Greenspan (Presidente de la FED entre 1987 y 2006), el grueso de los mercados financieros ha emprendido una carrera hacia ninguna parte. Esta consiste en que, ante cualquier dificultad de tipo económico, se bajan los tipos de interés como medida artificial de alimentar el consumo a toda costa… Aunque sea a costa de generar una deuda cada vez mayor (en la medida de que esta deuda se paga, nuevamente, con mayores facilidades de crédito).
Esto ha dado lugar a una avalancha de deuda, que hoy va camino de convertirse en perpetua. Así como una inflación igualmente crónica que condena a las economías a un estancamiento irremediable de los ingresos reales.
Las bajadas de tipos incitan a consumir y dificultan el ahorro: aumentan la deuda
Todo lo anterior ha ido configurando un entorno hostil para el ahorro. Una represión financiera, que ha incluido la existencia de interés negativo, un sin sentido que atenta contra las normas más básicas de las finanzas y la preferencia temporal.
Hemos pasado de premiar al niño con dos golosinas si es capaz de posponer al consumo de una, a obligarle a comer varias golosinas aún a riesgo de que en el largo plazo le duela la barriga.
Como ya advirtieron los primeros economistas de la Escuela de Viena como Menger o Böhm-Bawerk (curiosamente, Mischel es vienés), un tipo de interés artificialmente bajo se traduce siempre en destrucción de capital.
Por añaduría, toda esta bolsa de deuda y la fagocitación de los activos libres de riesgo por parte de los bancos centrales, obliga a los ahorradores a convertirse en inversores a la fuerza y someterse a los vaivenes de una volatilidad que no encaja a todos los perfiles de riesgo.
Mejorar nuestra capacidad de resistencia ante tentaciones en el corto plazo y tener un mejor control de nuestras emociones es un aprendizaje costoso y lento, seguramente abarque toda una vida.
Un primer paso en este proceso es tomar consciencia de nuestras limitaciones y de los entresijos que determinan el funcionamiento de nuestro sistema cognitivo.
Desarrollar esta aptitud maestra de control emocional es una empresa esencialmente individual, que nadie puede hacer por nosotros, y que resulta un elemento clave en el éxito de todo clase de empresas, incluyendo sacar un buen resultado de nuestra cartera de inversión.