Completadas las últimas sesiones del año, 2022 será recordado como uno de los ejercicios más difíciles de lo que llevamos de siglo. Tanto desde el punto de vista estrictamente económico como por lo que respecta a los mercados de activos. En esencia, el hilo conductor macroeconómico durante estos doce meses ha girado en torno a la inflación. Ese problema que se entreveía a finales de 2020, se hizo una realidad en 2021 y ha estallado con toda violencia a lo largo de 2022.
La base de esta espiral inflacionista, que hoy seguimos viviendo con toda intensidad, deriva de la falta de adecuación entre una demanda disparada tras la pandemia y una oferta que no ha llegado a encajar perfectamente con esta demanda. Esto, unido a su vez, a la lentitud inicial en la respuesta de los bancos centrales (en el entendido de que una subida de tipos de interés prematura podría trastocar la recuperación en el crecimiento post-COVID).
En este contexto, la guerra en Ucrania no ha hecho sino incrementar las presiones en los precios, especialmente en el ámbito de las materias primas. Al tiempo, ha incrementado notablemente los niveles de incertidumbre geopolítica y, por contagio, económica. Llegados a este punto, conviene destacar que, sin ningún género de dudas, la actuación -o, mejor dicho, las expectativas de actuación- de los bancos centrales en su lucha contra la inflación ha sido la principal variable directora de los mercados en 2022.
El 2022 para los inversores a renta fija
En sentido estricto, los datos reales de macroeconomía han tenido menos importancia que la inferencia que los inversores han hecho con respecto a qué repercusiones tendrían estos datos para la FED, el BCE y los demás organismos monetarios, en términos de subidas de tipos. Por lo que respecta a mercados financieros, para aquellos inversores que tenían liquidez suficiente para entrar con fuerza en el mercado, la renta fija ha sido el activo estrella. Tras las palabras de la FED y el BCE en diciembre, probablemente lo seguirá siendo un tiempo más.
Conviene decir que las valoraciones de los bonos se han hundido, por lo que los inversores ya participantes en los mercados de renta fija a comienzos de 2022 han experimentado un fuerte retroceso en la valoración de sus carteras, con carácter general, sin parangón con lo visto en los últimos 25 años. En cuanto a renta variable, dentro del tono negativo, las bolsas con mejor comportamiento han sido los índices que se han visto influidos de manera más favorable por la inflación, así como aquellas más castigadas, en términos relativos, con respecto a comparables en el pasado.
Por ello, los índices con sesgo más value lo han hecho mejor que los índices más growth, más dependientes de tipos de interés, o con mayores niveles previos de valoración, en términos de PER. Estos condicionamientos, unidos a la debacle en las criptodivisas (desde luego, el activo con mayor pérdida de confianza del año, algo vital en un tipo de producto basado casi exclusivamente en la confianza) han enmarcado un 2022 realmente terrorífico para el inversor que no haya tenido oportunidad (es decir, liquidez y decisión) para invertir.
Perfiles conservadores, los más castigados
De hecho, los perfiles conservadores, más asociados a la renta fija, han sido singularmente castigados, en términos de valoración. De cara al futuro, es esperable que la inflación vaya moderando, por la presión de tipos al alza que generará, sin ningún género de dudas, una fuerte contracción económica, cuyo alcance está aún por determinar. Una vía esencial de transmisión para esta contracción (ya veremos si recesión) será la menor concesión de crédito de empresas y particulares.
Por lo demás, las previsiones de una caída generalizada de la demanda futura en todos los órdenes, singularmente energía, es un factor de vuelta muy importante del precio en los mercados de derivados de las materias primas. Y, con ello, en el valor presente de estas commodities, algo que llevamos ya unos meses observando a pesar de que se mantiene el conflicto ucraniano (para el que el mercado descuenta en los precios actuales, sin ambages), un conflicto largo, con poca o ninguna alternativa de resolución en el corto plazo).
Queda claro en estos párrafos que nos enfrentamos a una época muy difícil y a un comienzo de ejercicio extraordinariamente complejo. La buena noticia consiste en que los últimos datos de inflación arrojan síntomas de reducción. La mala, pasa por que la estabilización de precios solo será posible con una caída de actividad económica. En ese sentido, el complicado 2022 de mercados puede ser el anticipo de un 2023, al menos en su primera parte, muy difícil de economía real. Prudencia, precaución y ánimo, en los momentos oscuros.