Atribuida a distintos autores, hay una famosa frase que dice “la única función de las predicciones económicas es hacer que la astrología parezca respetable”. Cada año nos empeñamos en desempolvar la bola de cristal para ver qué nos depara el futuro inmediato. Probablemente, la clave para no errar demasiado es hacer un diagnóstico certero sobre qué ha pasado recientemente y dónde nos encontramos para poder invertir de forma activa y con sentido común.
A nivel humano, acabamos de vivir uno de los años más extraños que se recuerdan. Paradójicamente, no hemos experimentado nada nuevo en los mercados, simplemente, una aceleración de las tendencias ya existentes.
Parece claro que el gran tema del año ha sido la dispersión, la diferenciación por sectores es algo que ya se venía observando en los últimos cinco años. Había sectores al alza, como es el caso de los sectores ligados a la tecnología, y otros que quedaban rezagados, como transportes y banca. Al final, el COVID-19 no ha hecho más que acentuar esa dispersión.
Lo mismo sucede en el plano macroeconómico
Desde mucho antes de que el pangolín y sus virus asaltaran nuestras vidas, ya preveíamos que los tipos de interés iban a permanecer bajos durante mucho tiempo. Las medidas adoptadas no han hecho más que apuntalar y reforzar esa tendencia. Si analizamos la respuesta dada a la crisis, básicamente consiste en aumentar la deuda y, en paralelo, monetizarla creando más dinero.
Lógicamente, ese aumento de la masa monetaria no es neutro. Muchos inversores se sorprenden ante la aparente contradicción entre la evolución de la economía real y el comportamiento de los mercados. Los pésimos datos económicos y, aún peor, las sombrías previsiones a futuro que no parecen encontrar un reflejo directo en la evolución del precio de los diferentes activos.
La razón hay que buscarla en la respuesta dada a la crisis sanitaria: generosos paquetes fiscales por parte de los gobiernos y políticas “expansivas” por parte de los bancos centrales. Combinadas, estas políticas nos abocan a un escenario de tipos de interés bajos por un periodo muy largo, quizás, para siempre.
La bolsa
Dejando de lado la renta fija, tendemos a olvidar el impacto que los tipos de interés tienen en otras clases de activos, por ejemplo, en la bolsa.
El valor de una acción no es más que el valor descontado de los beneficios futuros de una empresa a un determinado tipo de interés. Cuanto menor es el tipo de interés, mayor es el precio. Este efecto es todavía más pronunciado en empresas con una prima de riesgo baja, aquellas que ofrecen mayor visibilidad a los inversores.
Es por ello que el incremento de los múltiplos para compañías sólidas y de calidad será mucho más fuerte que en compañías menos estables. En consecuencia, una cartera diversificada de compañías robustas es una forma ideal de protegernos frente a los efectos futuros de los experimentos monetarios.
Algo parecido se produce con el oro que, en momentos de dinero barato, destaca por su capacidad para almacenar valor real en el tiempo. Prueba de ello es que en 2020 ha llegado a alcanzar su máximo histórico.
Concluyendo…
Si entendemos que el objetivo de la gestión de un patrimonio consiste, sobre todo, en preservar su valor real, la respuesta más adecuada consiste en invertir en activos reales, acciones de compañías de calidad y oro.
Échale un ojo al perfil profesional de Javier Ruiz Villabrille.