Un pequeño ejemplo que muestra la importancia del carácter personal a la hora de tomar decisiones de inversión. A continuación, una sencilla introducción al Behavioural Finance o Finanzas conductuales.
Traducción al castellano del artículo publicado en ‘L’Econòmic’ del ‘Punt-Avui’ del 12 de mayo del 2019
La nueva gestora de cuentas, la Sra. A, que parece inexperta y todavía no nos conoce, me envía hace unos días un mensaje de alarma:
“Siento darle una mala noticia. Usted y alguno de sus clientes tienen en cartera una posición importante de acciones de la compañía americana X. La cotización de X ha bajado casi un 10% en los últimos días. ¿Quiere que tramitemos una orden de venta de todas o parte de las acciones de X para evitar más pérdidas?”.
Mi respuesta es inmediata:
“Estimada Sra. A, muchas gracias por la excelente noticia. Como usted sabe la acción X ha tenido unas subidas fuertes en los últimos dos años, y también en lo que llevamos de 2019, que no han sido compensadas ni mucho menos por la caída de los últimos días. Puede ser un momento adecuado, aprovechando que tenemos cierta liquidez, para comprar más acciones de X a este precio más bajo. Proceda a tramitar la orden de compra de xxx acciones de X. Muchas gracias por su muy oportuno aviso”.
La Sra. A, como una parte muy importante de inversores y profesionales, tiene unos sesgos en su comportamiento inversor (o de asesor de inversiones) muy comunes que, en general, le comportan y comportarán serios inconvenientes para obtener los rendimientos deseados y factibles.
Todo esto lo estudia la economía y las finanzas del comportamiento (behavioural finance), que analizan la toma de decisiones económicas y financieras teniendo en cuenta: la psicología, las emociones de las personas e incluso elementos de neurociencia.
Todo ello, mucho más cercano al verdadero comportamiento inversor que a la racionalidad como estricto determinante de las decisiones.
Analicemos a la Sra.A con Behavioural Finance
Analicemos algunos de los sesgos obvios de la Sra. A, dado su mensaje de hace unos días, y otros que probablemente también posea. Veamos qué puede decirnos el Behavioural Finance. al respecto.
1.En primer lugar: la Sra. A no me conoce ni a mí ni a ninguno de los clientes que aconsejo.
Esto debería prevenirla de hacernos ninguna recomendación hasta tener una idea clara de nuestro “perfil de riesgo”. Es decir, de nuestra tolerancia al riesgo y de otras características objetivas y subjetivas como inversores. Lo conseguiría, no haciéndonos responder solamente un “cuestionario de riesgos” -como ella cree – sino manteniendo una relación personal dilatada con nosotros. Ello le va a permitir conocer exactamente qué tipo de inversores somos y qué objetivos financieros tenemos y nos podemos permitir.
2.En segundo lugar: tiene un “sesgo de prospectiva”.
Seguramente tiene mucha más aversión a las pérdidas que satisfacción por las ganancias (miopía inversora).
Esto le hace tomar decisiones que serán más a menudo equivocadas que acertadas, y con una tendencia más conservadora de lo debido. Que la acción X haya caído en los últimos días, no debería hacerle creer que tenga que caer en los siguientes. Si la empresa tiene bonos fundamentales, de hecho tiene más probabilidades de subir, que de bajar.
3. Tercero: la forma impulsiva de reaccionar a la caída de la cotización, nos hace pensar que sufre también del “efecto marco” (framing effect).
Se le presenta la decisión (reconvertida en recomendación en este caso) en un marco derivado de una pérdida absoluta importante (10%) pero intrascendente como pérdida relativa porque la acción todavía gana un 15% en los cuatro meses de este año y más del 35% desde inicios de 2018.
4. En cuarto lugar, quien sabe si también está siguiendo el “efecto rebaño” (herd behaviour) o seguidismo.
Quizás ha consultado con colegas que están procediendo a vender las acciones X de otros clientes y ella tiene miedo de quedarse atrás. Una cosa es equivocarse sólo uno mismo y otra mucho más tranquilizadora es equivocarse en grupo.
5. Finalmente, la Sra. A sufre en mayor o menor medida de una confusión sobre el concepto de “seguridad”.
Prefiere no tomar riesgos y quizás perder poder adquisitivo, en vez de mantener el capital. Cuando, realmente, esto implicaría ganar a la inflación, a los impuestos y a los gastos, tres enemigos que requieren asumir cierto riesgo para poder derrotarlos.
De hecho, A. tampoco tiene nada clara la diferencia entre invertir y especular. Así nos empuja a vender ante la primera caída (una decisión especulativa) por encima de mantener las acciones (que es la decisión adecuada a la inversión a largo plazo).
El conjunto de estos comportamientos, o incluso sólo unos cuantos de ellos, nos llevan usualmente a un desastre generalizado en los rendimientos de los ahorros que observamos y cuantificamos tan a menudo en muchos inversores. El elemento positivo es que la irracionalidad conductual es curable con educación financiera, cierta dedicación a las finanzas personales, y sobre todo aprendiendo aritmética y un cálculo de probabilidades básico. Vale la pena.
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