¿Qué debe motivar a un buen inversor? Lo que sigue a continuación no es sino la conclusión de unas reflexiones que he hecho alrededor de esta pregunta. Pensamientos que albergo en relación al campo de las inversiones. He trabajado en diversos puestos y entidades, en el campo de la banca e inversión, durante más de 25 años. La dilatada experiencia acumulada me ha servido para formar una visión de este sector que quisiera exponer a otras personas que estén interesadas en este ámbito.
Lo que aquí escribo no deja de ser mi opinión sobre este sector; sobre cómo se hacen las cosas y cómo debieran hacerse.
Desde los inicios de mi carrera he podido observar cómo la mayoría de las personas se alinean con el criterio de las entidades más reputadas y reconocidas de este sector; sean estas grandes bancos, nacionales y extranjeros, gestoras de fondos de inversión y planes de pensiones, organismos internacionales como el Fondo Monetario Internacional, etc.
Rara vez he visto a particulares o profesionales del sector cuestionar lo que dictan estas entidades. Con el paso del tiempo empecé a preguntarme por qué la mayoría no cuestionaba estas opiniones, sino que se limitaban a aceptar las mismas, sin pararse a pensar si estas opiniones eran acertadas, o no.
Mal de muchos…
He llegado a la conclusión de que la mayoría de las personas desean estar en consonancia con la opinión mayoritaria, más que averiguar y cuestionar si esta opinión es cierta, o no lo es.
Por citar un ejemplo, recuerdo con nitidez el año 2000. En aquel momento, yo trabajaba en la sociedad de valores de una reconocida entidad bancaria en Madrid. Nadie puso en duda las valoraciones de la gran banca cuando esta, prácticamente sin excepción, situaba el precio objetivo de las acciones de Telefónica en más de 30 Euros. La acción llegó a cotizar a 24 Euros en enero de 2000. Hoy está alrededor de los 3,50 Euros, lo que supone una caída, en términos nominales, del 85%.
Como el anterior, podría citar numerosos ejemplos de los que he sido testigo desde mi incorporación al mundo laboral en 1994. Los casos no escasean, créanme. No me extiendo para no aburrir en demasía al lector.
En demasiadas ocasiones, las estimaciones, opiniones y valoraciones efectuadas por prestigiosas entidades han demostrado ser erróneas. No extrañamente estas estimaciones casi siempre son “al alza”. Es decir, auguran un futuro prometedor a la empresa o empresas objeto de valoración. Daría la impresión que la industria siempre encuentra, independientemente de las circunstancias, “oportunidades de inversión” que vender a sus clientes.
Inversor en búsqueda de la verdad: de lo que funciona
Esto mismo -que la industria rara vez nos previene (al común de los ahorradores/inversores) sobre empresas que cotizan a precios demasiado elevados o empresas cuyas cotizaciones están muy por encima de lo que sería una correcta valoración de las mismas- debiera hacer saltar alguna alarma. En demasiadas ocasiones precio y valor están divorciados, cuando debieran estar en sintonía.
En mi opinión, el objetivo de una persona, en este ni en ningún otro ámbito, debe ser estar en consonancia con la multitud per se; sino que debe procurar averiguar la verdad, ver qué es lo que funciona, qué tiene sentido, y qué no lo tiene. A renglón seguido, si llega a la conclusión que la mayoría está equivocada, pues debería tomar otro camino. Así de simple.
Lo que sucede, sin embargo, la mayoría de las veces, es exactamente lo contrario. Buena prueba de ello es que la mayor parte del ahorro de los españoles está en productos y entidades que históricamente han tenido una muy pobre rentabilidad; los cuales en muchos casos no llegan a mantenerse siquiera con la inflación. Es decir, el grueso de los ahorradores/inversores mantienen sus ahorros en productos/entidades que han llevado a cabo una mala gestión de los mismos, en ocasiones durante décadas.
Una voz discordante
De los anteriores párrafos se puede inferir, correctamente, que he preferido alejarme de la corriente habitual de la industria de la gestión de activos, y gestionar mis ahorros al margen de la misma.
Para ello, hace años empecé a indagar, leer e investigar acerca de profesionales de la gestión de activos que no acostumbran a formar parte de las plantillas de los gigantes de la inversión por todos conocidos, pero cuya gestión ha sido manifiestamente mejor que la del conjunto de la industria, durante años.
Me vienen a la cabeza unas palabras de Charles T. Munger (vicepresidente del conglomerado Berkshire Hathaway): “a lot of people with high IQs are terrible investors because they´ve got terrible temperaments”. La traducción sería. Traducido: “mucha gente con coeficiente intelectual alto son pésimos inversores porque tienen un temperamento pésimo”
De lo anterior se desprende que el buen inversor se distingue del que no lo es más por tener el temperamento correcto, que por su alto coeficiente intelectual.
En la medida en la que he podido leer y averiguar más sobre grandes inversores y profesionales, tales como Charles T. Munger, Warren Buffet, John Templeton, Stanley Druckenmiller o David Einhorn, he podido constatar que, en numerosos casos, la mayoría no tiene razón. De hecho, casi sin excepción, los citados profesionales (y otros) han obtenido resultados muy por encima de la media invirtiendo de forma muy diferente a como lo hace la mayoría.
La mayoría de los profesionales y ahorradores, la mayoría de las veces, prefiere equivocarse en sintonía con la multitud, que acertar en solitario. Esta actitud tiene una frase hecha en inglés; “safety in numbers”, lo que se traduce en algo parecido a “seguridad en números”. Es decir, las más de las veces nos sentimos cómodos acompañados.
El buen inversor
Así, el grueso de los gestores profesionales tienen carteras muy diversificadas. A menudo muchos fondos de inversión contienen en su cartera los nombres de más de 100 empresas. En lugar de tener un exhaustivo conocimiento, y en consecuencia un grado de convicción elevado en sus apuestas, de unos pocos negocios/empresas, prefieren invertir en multitud de empresas sobre cuyos negocios tienen un vago entendimiento y conocimiento, en el mejor de los casos.
Como ya dijera Warren Buffet (presidente de Berkshire Hathaway): “diversification is protection against ignorance, it makes little sense if you know what you are doing” (la diversificación es protección contra la ignorancia. Tiene poco sentido si sabes lo que estás haciendo).
Conviene recordar que Berkshire Hathaway ha procurado a sus accionistas una rentabilidad media anual, entre los años 1965 y 2021 (ambos inclusive), del 20,10%. En acumulado un 3.641.613% (ver https://www.berkshirehathaway.com/letters/2021ltr.pdf).
A día de hoy sin embargo, la mayoría de las entidades continua haciendo hincapié en la importancia de “estar diversificado”.
Tan importante como estar bien diversificado, en la psique de numerosos gestores y ahorradores, es, a menudo, estar presente en aquellas empresas/sectores que conforman la moda del momento; sea este el sector de la tecnología, criptodivisas, las energías renovables, etc. Parecería que en su afán por estar en línea con la tendencia del momento y el sentir popular, se olvidan que el objetivo de toda inversión debe ser la salvaguarda del ahorro constituido además de la obtención de una rentabilidad acorde con el riesgo asumido, el cual debe estar debidamente acotado.
No se trata de ser populares, sino de ser rentables
En su afán por estar alineados con el sentir general, los profesionales de la gestión con frecuencia adquieren participaciones en empresas “de moda”, cuyos negocios a menudo ofrecen una más que dudosa rentabilidad sobre el capital comprometido. Mientras esto sucede, negocios sólidos, que ofrecen servicios y bienes necesarios para sus clientes y la sociedad, a menudo insustituibles, y que procuran una adecuada rentabilidad a sus accionistas, pierden el favor de los gestores al no figurar entre los sectores “de moda”, y por lo tanto no acostumbran figurar en las carteras de los gestores.
Si tenemos presente la necesidad de muchos de ser uno más, de estar en consonancia con la multitud, de estar “a la moda”, de no disentir con los criterios y opiniones establecidos, no es de extrañar que los resultados de las inversiones de la mayoría sean mediocres, en el mejor de los casos.
Dicho de otra forma, ¿cómo podemos esperar resultados por encima de la media si nos comportamos como la mayoría? Debiera ser obvio que si un inversor actúa como los demás, sus resultados serán como los de los demás.
En esta tesitura, ¿qué puede hacer el común de los ahorradores / inversores? Al fin y al cabo la mayoría de las personas carece del conocimiento necesario para acometer ellas mismas la gestión de sus ahorros. Además, y según lo comentado anteriormente, una parte nada desdeñable de las entidades dedicadas a la gestión de activos hace un trabajo más bien mediocre, en el mejor de los casos.
De lo común a lo extraordinario
En mi opinión, para ser un buen inversor no es necesario tener un conocimiento exhaustivo de los mercados financieros, ni tampoco saber mucho acerca de los principales productos de inversión. No hace falta tener estudios en economía, finanzas, empresariales o similar. Tampoco es necesario estar pegado a la pantalla de Bloomberg, siguiendo las cotizaciones de cientos de activos a la vez, sin perder detalle de los últimos acontecimientos en el panorama económico mundial.
Se trata más bien de tener el temperamento correcto frente a estar en posesión de un elevado coeficiente intelectual. El inversor debe tener el temperamento que le permita ser paciente, no esperar la gratificación instantánea. También es fundamental tener cierta independencia de criterio y estar cómodos sosteniendo opiniones y comportamientos contrarios al sentir popular. Finalmente, el buen inversor ha de mirar sus inversiones de forma desapasionada; no dejándose influenciar por momentos de euforia ni de pánico. Momentos que, por otra parte, veremos en numerosas ocasiones a lo largo de un dilatado período de inversión.