Puede que a mis coetáneos, a los que, parafraseando a Clarín, “nos nacieron” a caballo entre el baby-boom y los ahora denominados “millenials”, no nos viniera mal hacer un ejercicio de humildad y reconocer nuestro desconocimiento sobre los orígenes del sistema de pensiones que tanta controversia está generando en nuestros días.
El Retiro Obrero y el primer amago del sistema de pensiones
No está de más hacer ver que esto que hoy nos parece algo tan legítimo como cualquier necesidad básica, es realmente joven. Considerando que ahora se cumplen 100 años del Retiro Obrero, sistema que ni siquiera era de reparto, sino de acumulación; que nuestros padres y abuelos, si bien no lo han vivido en primera persona, sí que han conocido esa ausencia de ingresos públicos tras una vida laboral que realmente nunca terminaba.
Era la España aún no desarrollada, por supuesto, económicamente hablando (en otros ámbitos quizá no sea adecuado usar el término ´desarrollo´).
Tendríamos que llegar hasta 1967 (es decir, antes de ayer, si me permiten la licencia) para alcanzar un sistema de pensiones mucho más similar al que hoy conocemos, disfrutamos y criticamos.
Siendo, salvo por pequeñas modificaciones, el sistema que hoy subsiste, obviaremos aludir a las diferencias sociales, económicas y de otra índole que encontramos entre la España actual y ésa, de hace ya más de medio siglo, donde nació.
El Pacto de Toledo, 2o intento de concretar un sistema para las pensiones
Seguramente sea más fácil conocer algo contemporáneo como el Pacto de Toledo, que apenas tiene 24 años (abril de 1995) y que tan de moda sigue. Algo que, en resumidas cuentas, viene a suponer el reconocimiento de una enfermedad del sistema ya considerable (aunque ahora, con la perspectiva que inevitablemente otorga el calendario, se considere incipiente). Después atenuado por una inmigración paliativa en lo referido a estas dolencias y que, tras reducir su dosis a la mínima expresión años después, ha causado que la enfermedad sea casi terminal en nuestros días.
Ese Pacto de Toledo bien podría haberse denominado “Acuerdo de no Agresión” o “Política entre caballeros”.
Me refiero con esto a que el Pacto de Toledo supuso de facto anteponer las necesidades sociales a las partidistas, en un ejercicio, acaso de altruismo mal entendido, como si se hubiera dado una instrucción no escrita relativa a no hacer política con las decisiones tomadas en este ámbito de competencias.
Volver a este noble fin sería realmente hoy la receta a prescribir a una clase política que no nos tiene acostumbrados a tan positivas sorpresas.
Tal vez si nuestros dirigentes hicieran un ejercicio de humildad vislumbrarían la necesidad de anteponer la sostenibilidad del enfermo sistema a sus intereses partidistas-electoralistas.
Reacciones de los pensionistas: de gatito a lince ibérico
Y es que parece que nadie se atreve a ponerle el cascabel al gato. Claro que lo que supone el cascabel es cuanto menos complejo (léase cualquier tipo de reforma que otorgue sostenibilidad al sistema). Y qué decir del gato. Casi 10 millones de afables mayores (o sea, pensionistas-votantes / votantes-pensionistas), en aumento y a quienes no parece que les haya gustado ver de cerca el cascabel, hasta el punto de dejar de parecer tan afables y tan mayores.
Hemos podido comprobar cómo lo que parecía un minino resultaba ser un lince; tan ibérico y tan salvaje en este caso, que hubo que guardar el cascabel para no despertar a la fiera.
El parecido con nuestro autóctono felino es claro. La diferencia estriba, en cambio, en que al contrario que éste, el problema ni está ni ha estado nunca en peligro de extinción, sino todo lo contrario.
Es, más bien, una bola de nieve que aumenta de tamaño a medida que desciende, ladera abajo, ganando cada vez más dimensión y velocidad. Dispuesta a llevarse por delante todo aquello que se interponga en su letal trayectoria y que, en el punto en el que nos ubicamos, no permite adivinar un final sin daños. Como si viéramos la catástrofe a punto de ocurrir sin encontrar en nuestras manos forma alguna de evitarlo.
A un servidor le parece también recomendable un ejercicio de humildad por parte de esta generación a la que, con todo el respeto del mundo, invito a reflexionar sobre lo que realmente están reclamando.
No deja de resultar impactante ver a nuestros jubilados manifestándose a las puertas del Congreso con objetivos loables a su parecer (insisto en el respeto hacia ellos) de forma tan multitudinaria como en las concentraciones de Bilbao y otras ciudades, siendo este caso si cabe el más llamativo: probablemente sean las voces que más alto han sonado las de una región donde las pensiones son notoriamente superiores a la media, con edades reales de acceso a la prestación inferiores, donde la estructura de población haría insostenible el sistema de forma aislada y con una de las proporciones de recaudación-prestación más deficitarias del país.
Nuestros mayores han vivido el nacimiento de un sistema de pensiones adaptado a la España de los 60, eminentemente rural y obrera, con una esperanza y calidad de vida sensiblemente menores. Se caracterizan por un altruismo intergeneracional elogiable en muchos ámbitos y, sin embargo, resulta extraordinariamente llamativo que no consideren los efectos que tienen sus demandas precisamente en las generaciones inmediatamente posteriores a las que por una parte tanto nos ayudan, mientras en el asunto que nos ocupa, están de facto imposibilitando que podamos tener el día de mañana justo aquello por lo que hoy pelean.
Hagamos todos, por tanto, un ejercicio de humildad como receta fundamental para sanar esta enfermedad que tan mal pronóstico presenta en los tiempos siempre fugaces que vivimos.