La diferencia entre la crisis soportada por la economía española y las padecidas por sus socios comunitarios estriba en que mientras estas últimas son de tipo coyuntural, la de nuestro país añadió aspectos claramente estructurales.
¿Cómo se gestionó la crisis española de 2008?
Esta situación nos llevó en su día, antes de la entrada del euro, a tres sucesivas devaluaciones en menos de un año que, si bien sirvieron para mejorar nuestras exportaciones y aliviaron bastante el peso de las importaciones, no nos permitieron ver el futuro con optimismo. Hicieron falta más sacrificios y los destinatarios de los mismos volvieron a ser los ciudadanos.
Como se demostró, la política de parcheo únicamente permitió corregir algunos de los desequilibrios de la economía española y en ningún caso estas medidas supusieron una panacea para los males –crónicos– que padecemos.
Consecuencias de una mala gestión de la crisis
Si en su día España perdió el tren de la revolución industrial, hoy corre el peligro de verse relegada de todo protagonismo en el campo tecnológico.
Las cantidades residuales que destinan las empresas españolas a la investigación no son suficientes para poder disfrutar de una tecnología propia y, en consecuencia, les priva de poder obtener de sus productos el correspondiente valor añadido.
Baste recordar que la práctica totalidad de las multinacionales que operan en España son de titularidad extranjera y lo hacen movidas por mano de obra barata o por exenciones fiscales y subvenciones que a la postre pagamos todos los españoles.
Nuestro país se ve condenado a la fabricación de los países más desarrollados, en competencia con otros estados menos exigentes en su política fiscal y de menor preocupación por los avances sociales. El resultado es la falta de competitividad y una balanza de pagos desfavorable.